En el año 2011, caminé por Roma como si la ciudad me hubiera estado esperando toda la vida. No era mi primera vez allí, ni sería la última, pero ese viaje… ese viaje fue distinto. Había una energía especial en el aire. Una mezcla de fe, historia y belleza que se cuela en los sentidos y en el alma.
Recuerdo volver al hotel con los pies polvorientos, los zapatos gastados de tanto andar… y una sonrisa tranquila. Era la marca de haber caminado por siglos de historia, de haber pisado la misma tierra que tantos antes que yo. Esa foto con los pies sucios es todavía una de mis favoritas. No por la imagen, sino por lo que representa: me sentí parte de Roma.
Un viaje de fe, de arte y de alma
Aquel fue un viaje con un propósito religioso. Visitamos la Ciudad del Vaticano, esa joya dentro de otra joya, donde el silencio sagrado se mezcla con el arte sublime. La Capilla Sixtina me dejó sin palabras. Estar allí, bajo la mirada de "El Juicio Final", es como estar suspendido entre el cielo y la tierra.
Caminar por la Plaza de San Pedro, ver a Benedico XVI a lo lejos, respirar el incienso de cada rincón… Roma, en su expresión más religiosa, tiene el poder de tocarte por dentro. No importa tu credo: aquí se siente algo más grande, algo místico que no se puede explicar, solo vivir.
El Coliseo y la grandeza eterna
Claro, también estaba la Roma clásica. Esa Roma grandiosa que no pide permiso para impresionarte. El Coliseo Romano fue uno de los primeros lugares que visitamos, y cada piedra parecía hablar. Imaginé los rugidos de los gladiadores, los aplausos de la multitud, el polvo levantado por siglos de historias contadas y por contar.
Roma no es una ciudad para ver a prisa. Roma es para sentir.
¿Por qué Roma te cambia?
Porque no es solo una ciudad. Es un poema de mármol, una oración dicha en latín, una plaza llena de música callejera al atardecer. Es la pasta que sabe mejor después de una caminata de horas, el espresso que te despierta el alma, el arte escondido en cada esquina.
Roma te abraza con siglos de cultura, pero también con una dulzura inesperada. Es caótica y serena, ruidosa y contemplativa. En Roma, te puedes perder... y encontrarte.
¿Y tú, ya conociste Roma?
Si nunca has ido, te invito a hacerlo con el corazón abierto. No necesitas una guía estricta ni un itinerario perfecto. Solo deja que Roma te hable.
Y si ya fuiste, considera volver. Porque Roma cambia… y tú también. Y quizás la próxima vez, como me pasó a mí en 2011, descubras una Roma diferente. Una que estaba esperando por ti.
Desde Viajera101, te lo digo con amor:
Roma no es solo un destino. Es una experiencia espiritual, artística y profundamente humana.
Ven, camina sus calles. Déjate ensuciar los pies. Llénate el alma.
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